Que, no futuro, as crianças cubanas possam brincar na Plaza Orlando Zapata.
Quem sabe até a futura Calle Yoani Sánchez desemboque na Plaza Orlando Zapata.
E aí poderão se juntar os poemas de Pablo Milanés e Sílvio Rodriguez, grandes artistas, que tiveram – como tantos e tantos e tantos da minha geração – o sonho de ver um mundo novo, um homem novo; acreditaram na revolução, puseram seu talento para cantar a revolução.
Os sonhos de Pablo Milanés e Sílvio Rodríguez provaram-se ser apenas e tão somente o que eram: sonhos. A revolução que eles defenderam em suas belíssimas músicas revelou-se, ao fim e ao cabo, apenas mais uma ditadura, cruel, sangüinária, assassina. A única diferença entre a ditadura de Castro e as ditaduras de Hitler, Mussolini, Franco, Salazar, Stálin, Pinochet, foi o fato de que durou mais.
Quando uma ditadura caquética mostra enfim sua cara, é como o retrato de Dorian Gray, como as múmias dos filmes do Império: evapora-se o sonho, mostra-se o horror.
Passei a admirar muito Yoani Sánchez; não conhecia Orlando Zapata, morto após 85 dias de greve de fome depois de passar por um dos cárceres da ditadura do regime putrefato de Fidel, mas já o admiro também.
Assim como Pablo Milanés e Sílvio Rodríguez, sou apaixonado pelas praças liberadas após o horror, o terror das ditaduras, e pela possibilidade de que a praça enfim vá reconciliar as pessoas que pensam de maneira diferente.
Este post é da Geléia Geral – anotações curtas sobre os mais variados assuntos.
As canções por trás do texto
Yo pisaré las calles nuevamente
(Pablo Milanés)
Yo pisaré las calles nuevamente
de lo que fue Santiago ensangrentada,
y en una hermosa plaza liberada
me detendré a llorar por los ausentes.
Yo vendré del desierto calcinante
y saldré de los bosques y los lagos,
y evocaré en un cerro de Santiago
a mis hermanos que murieron antes.
Yo unido al que hizo mucho y poco
al que quiere la patria liberada
dispararé las primeras balas
más temprano que tarde, sin reposo.
Retornarán los libros, las canciones
que quemaron las manos asesinas.
Renacerá mi pueblo de su ruina
y pagarán su culpa los traidores.
Un niño jugará en una alameda
y cantará con sus amigos nuevos,
y ese canto será el canto del suelo
a una vida segada en La Moneda.
Yo pisaré las calles nuevamente
de lo que fue Santiago ensangrentada,
y en una hermosa plaza liberada
me detendré a llorar por los ausentes.
Supón
(Silvio Rodríguez)
Supón que en un trabajo productivo
te encuentro en tu pañuelo singular
y luego de ese instante decisivo,
supón que no te dejo de mirar.
Supón que tanto tu fulgor persigo
que aplasto un surco y tengo mi sermón,
que corto un fruto tierno, que me olvido
de mi sombrero bienhechor
y no reparo en el calor
de la hora en que se prende el sol:
supón que agua al fin te pido
y supón que ya eres mi canción.
Supón que me presento como amigo,
que te pregunto nombre y profesión,
que miro al suelo y digo que ha llovido
u otro comentario sin razón.
Supón que me has mirado comprensiva
pero no tienes nada que agregar.
Supón que entonces hablo de la vida
como queriendo aparentar
que tengo mucho que contar,
que soy un tipo original.
Supón que ríes divertida
y supón que ya eres mi canción.
Supón que hay una tarde para el cine
y que he llegado una hora después,
porque la ruta extraña en la que vine
no era para acá, sino al revés.
Supón que la pantalla te ilumina,
que rompe y que sujeta tu perfil.
Supón tu mano un ave recogida,
y un cazador, sin más fusil
que un dedo tímido, va a abrir
el sí o el no del porvenir.
Supón que no eres sorprendida
y supón que ya eres mi canción.
Supón que la fortuna es nuestra amiga
y que de tres a cinco puede ser.
Tu padre parte, fumo yo en la esquina:
la puerta, contraseña y tú, mujer.
Supón que entro y que nos abrazamos.
Supón que todo está por agotar:
es la primera vez que nos amamos.
Pero supón que hablo sin parar,
supón que el tiempo viene y va,
supón que sigo original.
Supón que no nos desnudamos
y supón que ya eres mi canción.
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